Corazón de cera
Vestida de mortaja a manera de lencería te fuiste sin voltear
con tu corazón de cera
Su parafina estampada
al calor de tus heridas
Es el precinto de una carta invisible
dejada en el buró Es el cerumen de tu órgano auditivo
Es el sello de tu testamento escrito como flecha
de cerbatana por tu mano seca
Es el rosetón que sella un sobre confidencial
Quien te volteará a ver en el cielo drapeada en un hermoso
sudario de alta costura
abajo del cual latía tu corazón de cera
a ninguna llama se acercó
Sabido es que la cera lejos de alguna fuente de calor
se endurece
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Problemas lingüísticos
¿Qué harás allá sin intérprete, en esa Finisterra, sin traductor que te diga, en una lengua que entiendas, que tus recuerdos estaban equivocados, que el futuro te deparaba claveles, y no los clavos en la cruz de aire que pregonabas a los cuatro vientos. Clavo yo, clavo mi hermana, clavo tu marido montado en su corcel de bruma, clavos deshojados de su follaje, plomera por florista, tú que en vida cultivabas tallos de hierro, criaturas apétalas de tu memoria.
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Sermón a las aves
Tu sermón a las aves a la San Francisco de Asís, las alondras lo picotearon de cabo a rabo, igual que los paros y demás tenores del cielo. A partir de hoy, han de sobrevolar los lugares donde podría estar plantada tu lápida, sabiéndote feliz de notar que los pájaros no tienen voz, sólo cuerdas vocales hechas estrictamente para entonar trinos a la belleza del arce, al tornasol del río donde flotan tus cenizas como eterna nevisca. Escuchan, sí, pero no pueden repetirlo, tu secreto. Tu lápida, de existir una, sería completamente lisa: la muerte es simple como una cuna, ambas son milagros de la pérdida y la ganancia.
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Orla de la muerte
Ningún guijarro
donde la ausencia grabara su nombre
rueda hacia la orilla
donde el sueño suyo
se ha sumado a la parvada mortuoria
que fuera tu amable séquito.
Palomas o buitres, ruiseñores o cuervos,
juntos cacarean un idioma
desconocido de nosotros,
un esperanto
que sólo aprenden los muertos.
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Sordera sobrenatural
¿Estás sorda, completamente sorda, o bien, oyes todavía las voces que cuchichean del otro lado de la puerta? ¿Está a prueba de sonido, ese portón de granito que los seres de luz escupen en todo momento entre la cámara y la antecámara, entre tu mundo y el mío, habitado por voces que te llaman suavemente? ¿Escuchas música, ruido, aves cantando, el murmullo del agua, el mugido del viento y el susurro de las hojas dormidas en los follajes, el ábrego que canta su melodía a los abedules sobrenaturales? ¿Escuchas aún la voz humana, salida de las más bellas cuerdas? ¿Escuchas el estruendo de mi corazón que se desbarranca? ¿Estás sorda, completamente sorda, o bien, oyes mi llamado todavía?
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Quiromancia
Quisiera leer las líneas de tu mano, pero tu mano ya no es guante de carne donde está el pulgar ―que es dedo de Venus― y el índice ―que es dedo de Júpiter― y el medio ―que es dedo de Saturno― y el anular ―que es dedo de Apolo― y el meñique ―que es dedo de Mercurio―, sino un abanico escueto con anchos calados de por medio. Cinco cilindros huesudos cuyas partes (en triplicado) tienen nombres extraños // falanges proximal, medial y distal //.
No hay carne, a esas alturas, en tu mano. Carne que permitiera leer sus líneas como se lee un poema, toda vez que ―ahora que me acuerdo― los mismos huesos de la mano que menciono tampoco existen ya: el crematorio los convirtió, con todo y esqueleto, en un puñado de cenizas. Qué tesoro nunca desenterrado escondía esa telaraña de tres surcos que es tu palma, holograma del destino. Nada quedó de tu mano: no sabré qué alud pudo desviar tan furiosamente tu línea del corazón.