Carcoma y termitas

I.

Los cimientos, corroídos por la carcoma y las termitas, rezuman silencio y sosiego de monasterio. La casa entera se vendrá abajo, paulatinamente, sin que los demás moradores, ocupados en ponerse máscaras, se den por enterados.

Yo soy la despierta, la que pasa toda la noche en vela y oye los diminutos animales ocultos roer el andamio.

Conozco la cronología de la semilla: el trabajo de escarbar pasillos en la madera hace mucho empezó.

II.

Una vez que se haya derrumbado la casa, un testamento te he de dejar.

¿Qué flores te habría de ofrecer sino póstumas rosas, rosas oscuras que tú llamas de la Virgen? Las rosas peludas de un mercado de tinieblas que depositar en las faldas de una tumba donde enterré tus palabras.

Una sola palabra cierta hubiera bastado. Un “te quiero” lentamente asomado por una puerta de tu alma no guardada por cancerberos, la puerta blanca que nunca has abierto. Una sola letra cierta hubiera bastado, una sola, una “p” que fuera “p”, una “z” que fuera “z”, no ese gato por liebre, sombra por luz, aquelarre por concilio celeste.




Adonis y los tres lirios negros

I.

De mis dos manos actuales,

Hay una más derrotada que la otra

más surcada por una red de incomprensibles líneas.

Agita su velo en el azaroso litoral del destino,

como un pañuelo blanco que tuviera tus iniciales:

en recamado, las dos letras de tu nombre.

Tres lirios de antracita que en el trasvasar

de tu palma a la mía se convierten en ciruela mirabel,

se vuelven granada, nido con tres huevos magenta.

El dios de la tempestad nos mira desde la altura de un rayo.

II.

Por el ángel que gobierna sobre pájaros y bosques,

pido ser convertida en anémona de matiz rojo púrpura:

el sépalo fijaría - pensando en una tintura madre -

el recuerdo de tu palma fugaz.

No puedo escribir de velos

corridos por mi mano inexperta:

sólo me queda la palabra como ave de adentro,

sinfonía de notas detenidas por el centinela de la garganta

(pobre guardia, no sabe nada de Venus:

ella convirtió a Adonis en flor de viento).






Alambique y mares


1) En aguasal maduró la quemadura. Recorrió todos los alambiques posibles, para acabar aquí, en la más íntima probeta de mi mente. Ha llegado la hora de despojarse de los agravios del mal amor, del susto de amarte en silencio.

El grupo de hadas, rozagantes, con un gato blanco de mascota, saben cuando el líquido (cuya composición es parecida a la de las lágrimas) está listo para la operación de olvido. Juntas asemejan el movimiento de los juncos en la brisa; mueven el caldo con sus cucharones, a la expectativa, y arrojan algo de sus polvos dentro de la caldera. Soy terrestre: salvo por mis sueños, no entiendo de magia. Me despertaré sin recordar tu nombre. El haz del encuentro se habrá apagado.


2) La nasa del Creador lo contiene todo: la arrojó desde que Él ordenó a la luz ser lo que es, y las diosas tejedoras de estrellas ex nihilo llenaron el firmamento, y el alba perló la Tierra. El recuerdo vino después, cuando puso las esponjas en el fondo marino y la limpieza fue delegada a los hombres. Las plagas cubrieron los campos, los meteoros pidieron libertad, salvo los que estaban reservados para el Diluvio.

La nasa del Creador lo contiene todo. ¿Dónde estábamos, ahí - partículas, amibas, gérmenes de vida resguardados de la memoria que desconocían el juego perverso de los dados - ? ¿Sabandijas que luego se levantarían, aprenderían a querer, tuvieran el uso de la palabra, se encontrarían para luego perderse en un cuándo fuera del tiempo?





Solimán


I.

Solimán de tu soliloquio, eso que estaba encerrado en los cajones tomó materia de espectro. Helo aquí suelto a pesar de las siete llaves, víbora que se desliza como riachuelo de escamas por mi sistema circulatorio y va a morir en la aurícula izquierda.


Oh Espíritu Santo que trasueña en el umbral, pido la doncellez del corazón, un desmentido, la paz del alba.

Diezmado país de mis allegados, corro en vilo sobre tus aguas.

II.

Incubas como flor herida, palmas por pétalos, de un tiro al alba.

Los narcóticos de la Eternidad me pintaron en el pliegue más oculto de la piel una amapola con cerdas de transformar.

No tengo sustancia, soy apenas un pentagrama de olor.

Abandoné el disfraz.


No pronuncio más tu nombre, trabalenguas de ti en mi traquea.




El girasol

- a Laura Solórzano -

El girasol me habita, inocente criatura

cuya cara de pétalos sigue sin saber

un sol oscuro,

mancha gangrenada en el cielo.

Cada noche se alza la luna negra

en las rutas estelares

sobre el erial sembrado de mala hierba

donde crece la flor solitaria,

descabellada de azafrán,

con sus ínfulas de luz.

Lamparería de mi alma que nunca quiso ver

tu bramante ahogador, oh espejo mágico

que dice mentiras, oscuridad cenagosa,

oh verdugo, amante que me arroja

un puño de tierra en los ojos.

Mano que escribe: con tus propias armas

te habré de cercenar.

Los astros de luz invertida

habrán de confundir tus cinco dedos abiertos

con un girasol marchito.





El cerco


El cerco es perfectamente redondo.

Lo delimitan innumerables puertas de agua,

una al lado de otra, todas cerradas con llave.

Vivo dentro desde hace lustros.

Tanto se acostumbraron mis ojos

en ver circularmente,

que no puedo distinguir los marcos cuadrados

que nunca franqueo.


Pero un día, se abrió una de las puertas,

y te vi por el batiente entornado, azul, luminoso,

lleno de besos que me parecían destinados.

No me acerqué.

Mucho menos me atreví a salir.

Las telarañas, desde entonces,

han vuelto a tapiar la abertura.